miércoles, 10 de octubre de 2012

¿PARA QUÉ SIRVE EL ESTADO?



En las reuniones de café he escuchado con gran insistencia el tema de la responsabilidad y obligación que tiene el Estado en la prosperidad y desarrollo social. Muchas voces coinciden en que el Ogro Filantrópico debe abrirse al escrutinio y a la aportación de propuestas que enriquezcan su gestión y particularmente la mejoren para lograr sus propósitos.
Hay autores de la ciencia política que afirman que el principal reto de un gobierno es promover la paz y la seguridad de los ciudadanos, al tiempo de velar por el bien público temporal que los incluye a todos en determinado territorio y para lograrlo debe apoyarse en el Derecho y la Justicia, si éste se logra, entonces estamos  siendo testigos de su justificada presencia en la vida de todos. En caso contrario, se convierte en una rémora para alcanzar niveles de crecimiento económico insospechadamente interesantes.
¿A qué viene todo ello?, simple,  a reflexionar sobre el sentido y las políticas públicas que los gobiernos de cualquier filiación partidista y nivel de gestoría tienen ante los ciudadanos que los escogimos para encargarse de la procuración del bienestar colectivo. Quienes no cumplan con esa función, básicamente deben abandonarlo.
Sin embargo, a fuerza de ser sinceros y objetivos, hay elementos políticos y culturales que juegan un papel preponderante para que muchas de las asignaturas pendientes en la agenda pública no se lleven a cabo. ¿Cuáles serán, particularmente, en Tamaulipas y sus respectivos municipios?
Empezaría diciendo que el nivel de corrupción que permea a todas las instancias, la falta de un plan concienzudo y medible de sus acciones, el populismo que enrarece los discursos y falsas promesas que se rocían en sus actividades cotidianas y que no aterrizan de manera palmaria en los distintos sectores; además, la falta de congruencia entre el decir y el hacer; el descompromiso social, producto de una cultura light y comodona, la carencia de los instrumentos de la rendición de cuentas y la transparencia de los recursos y por si fuera poco, el obsesivo y ambicioso anhelo de poder, de arrebatarlo, de pelear para acabar con los propios enemigos que el régimen mantiene y solapa. Todos estos escollos son los que tienen a una sociedad harta y malditamente harta de estos prevaricadores y sinvergüenzas, quienes tal parece que disfrutan con que se les endilguen esos epítetos, ya que se pasean cachetonamente entre los pasillos del poder palaciego y hacen como que hacen… peor aún, insultan no por su actitud soberbia, no, claro que no, sino por su miserable y arrastrada zalamería a los de arriba para mantener sus posiciones genuflexas. Por eso estamos como estamos. Espero que estas líneas aporten alguna traza al debate público y muevan a tomar acciones que ubiquen al Estado en sus límites jurisdiccionales  para no lamentar que se convierta en receptáculo del poder omnímodo, algo así como decía Luis XIV de Francia, “L'État, c'est moi”, el Estado soy yo.




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