Dentro de
las muchas lecturas que se pueden hacer en torno a la llamada Reforma Laboral,
la cual es una de las más importantes que se elaboran en el país y que hubo de
pasar casi 12 años de gobiernos panistas para que se diera la aprobación, cabe
hacer algunas consideraciones sin asomo partidista o doctrinario.
La Reforma
tiene sus bemoles y le diré cuáles son: se mantiene intacto la vida interior de
los sindicatos o la llamada autonomía, no habrá rendición de cuentas; se
flexibiliza la contratación de empleados por la vía outsourcing, esto es, ahora
el patrón podrá disponer de un trabajador una o 2 horas y deberá pagarle las 8
aunque no quiera. Lo cual se ve muy poco realizable, conociendo el gremio; tercer
punto, está claro que la terciarización sólo ha traído al país un fenómeno
conocido como la precarización laboral, el cual consiste en la sempiterna
inestabilidad en el área de trabajo y consecuentemente la baja productividad de
las empresas, que hoy día se ubica en un 40 por ciento, debido a la
informalidad y la desocupación.
Está
comprobado y validado por estudios serios en otros países que este esquema
lejos de beneficiar, perjudica a quienes por razones patronales caen en él,
pues no hay una responsabilidad manifiesta del empresario, el salario no es
justo ni constitucional y se sabe que las más de 5 mil 300 empresas que operan
en México, no cumplen con sus obligaciones fiscales y ya no hablemos de que
paguen las prestaciones de Ley como el seguro social, aguinaldo y el esperado
reparto de utilidades.
La
iniciativa preferente, en otras palabras, permitirá a los empresarios que sigan
jugando con los derechos de los trabajadores, de acuerdo con algunos informados
abogados, ya que los contratos a prueba, la capacitación y otras hierbas, no
obligan a la plutocracia a garantizar un sueldo.
Incluso se
menciona que esa ley sirvió y servirá para dar alegría a los sectores
empresariales más reacios a cambiar la política laboral en nuestro país y sobre
todo, a dar pábulo a sus ambiciones e intereses creados.
Valdría la
pena, pues, buscar alternativas que no abandonen más a los ciudadanos, que
ayuden a incentivar una cultura pro empresarial y no una, que siga dañando a la
clase trabajadora, que es la que hace grande a un país. Sin ella, estaríamos
peor.
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